Estamos viviendo en una época de cambio y de transición. De manera inherente a ello, hay a quienes les genera crispación o rechazo. El concepto de “inclusión forzada” en referencia a la mayor representación de personajes racializados, LGTB o directamente femeninos, está en el ojo del huracán. Por ello vale la pena explicar y contextualizar la función del cine como medio de reivindicación (o de manipulación) social, para aclarar los orígenes de esta situación.
En 1896 los hermanos Lumière proyectaron su grabación de un tren llegando a su estación. Los espectadores retrocedieron aterrorizados: fue un movimiento reflejo, ya que no estaban acostumbrados a tal realismo. Esta anécdota ilustra mejor que ninguna la idea de que el cine es, en esencia, una ventana al mundo exterior mucho más palpable de lo que se cree a día de hoy.
Quien sí era plenamente consciente de ello era William H. Hays, que después de trabajar para el bando republicano de EEUU creó y dio nombre al Código Hays. Originado en 1930, respondía al temor que tenían algunos políticos y cineastas sobre el poder que este medio tenía para corromper la moral pública. Para controlarlo, se sometió a una censura que prohibía mostrar relaciones extramaritales, blasfemias o críticas hacia la Iglesia o el gobierno. Alteró clásicos como Lo que el viento se llevó (1939) o Casablanca (1942). A pesar de que fue perdiendo fuerza en la década de los cincuenta, fue sucedido por la lista negra de Hollywood, otra censura sistemática, esta vez enfocada en la guerra fría. Actualmente catalogado como una «caza de brujas», se persiguió a directores, guionistas y actores sospechosos de simpatizar con el comunismo. Entre estos nombres se incluyen a figuras como Dalton Trumbo o Charles Chaplin. Se considera una época oscura para el cine estadounidense por las presiones que ejercía y la influencia indirecta sobre la libertad creativa.
Como en cualquier otra área de la guerra fría, la URSS compitió de tú a tú con Estados Unidos. En ella se controlaba y censuraba todo lo que no sirviese como propaganda política. Esto afectó incluso a cineastas históricos que a día de hoy engrandecen el legado de la Unión Soviética en el séptimo arte, como Eisenstein o Tarkovsky. Sin embargo, la necesidad de expresar algo muchas veces logra vencer a la censura que trata de silenciarlo. Dalton Trumbo consiguió ganar tres Óscars con Vacaciones en Roma (1953) escondiéndose tras un pseudónimo. Los mencionados rusos consiguieron también sacar sus obras adelante a pesar de desafiar a censores y supervisores del régimen.
Y es que históricamente el cine siempre se ha utilizado para dar voz a aquello que necesita ser contado. Un claro ejemplo es El calor de la noche (1967), que muestra una escena que se ha convertido en un icono de la lucha racial americana. En plena pugna por los derechos civiles, un detective negro hace frente al racismo en un pequeño pueblo del sur. En un fragmento de la película, este le devuelve una bofetada a un hombre blanco. Si a día de hoy este hecho parece irrelevante es porque alguien lo mostró por primera vez, del mismo modo que el asiento de autobús de Rosa Parks. Esto causó un gran revuelo en el momento en el que se emitió, y ha sido fundamental para el desarrollo de personajes negros, quienes hasta entonces solo se representaban de forma estereotipada.
Se trata de un caso entre muchos otros. Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975) es una obra de la pionera Chantal Akerman, quien desafió las convenciones cinematográficas al enfocarse en la cotidianidad femenina y permitió una reflexión sobre el papel de la mujer en la sociedad. Cry Freedom (1987) fue una relevante denuncia al apartheid sudafricano. Otras obras más famosas como Brokeback Mountain (2005) o La lista de Schidler (1993) han sido fundamentales para sensibilizar a la opinión pública sobre temas como la lucha contra el rechazo a la representación de la homosexualidad, o al compromiso con la memoria histórica en relación al holocausto, respectivamente.
No se debe caer en la trampa de creer que el cine, o el arte en general, es solo entretenimiento. Tiene una innata y necesaria función expresiva y, en ocasiones, reivindicativa. Como empezaba diciendo, es una ventana que trata de mostrarnos el mundo, incluidos los cambios o problemas que tienen lugar en él. Si ahora sorprende ver a tantos personajes pertenecientes a minorías protagonizar películas en las carteleras es porque hasta hace unas pocas décadas, o unos pocos años, la representación de estas personas estaba reducida, mal vista o prohibida. Es obvio que se pueden criticar algunas cintas por su calidad técnica, su guion o cualquier otro aspecto relacionado con la ejecución de la misma. Sin embargo, el rechazarlas únicamente por la orientación, género o color de piel de sus integrantes no es solo tratar de arrebatarle al cine algo por lo que ha luchado desde sus inicios, sino que sugiere exactamente lo mismo que buscaban los censores hace más de medio siglo.
En mi humilde opinión, creo que si que debe tenerlo, sobre todo en el cine infantil, por que se pueden fomentar muchos valores a los espectadores